domingo, 15 de febrero de 2015

Dónde está hoy la educación

Raúl Argemí. Sin retiro. Mary Sánchez, ya jubilada, no abandona la lucha por la educación pública y los derechos de los docentes.

Por si fuera necesario presentar a Mary Sánchez, alcanza con recordar que fue parte del grupo fundador de la Ctera (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina) en el Día del Maestro de 1973. Los presupuestos sobre los que se creaba ese organismo de coordinación y unidad eran la defensa de la escuela pública, por la educación como un derecho social y por la dignidad en el trabajo de los educadores. Puntos a los que el devenir posterior sumaría el reclamo de justicia para los desaparecidos por la dictadura, muchos de ellos docentes. A pocos días del comienzo del ciclo lectivo 2015, cuando, como cada año, se discuten los salarios por venir, Miradas al Sur dialogó con Mary Sánchez en busca de una comparativa histórica que mostrara avances o retrocesos.

–Desde la perspectiva que da estar alejada de la trinchera inmediata de la discusión sindical, ¿en qué situación encuentra hoy la educación, tanto en lo que refiere tanto a la enseñanza como a la situación laboral, en comparación con tiempos anteriores?

–Ya no estoy en la trinchera de lo sindical, pero sigo en la de la educación; a eso no se puede renunciar. Para mí es evidente que se avanzó mucho, y no puedo, no se puede, separar ese avance de lo político. Yo me recibí y trabajé como docente la mayor parte del tiempo en dictaduras, o “dictablandas”, es igual. La educación, en todos los niveles, estaba marcada por la política dictatorial, de la misma manera que en los ‘90 estuvo marcada por el neoliberalismo. Y todas las reformas que se hicieron con las dictaduras o en los ‘90 produjeron la exclusión del sistema educativo de miles de jóvenes, quitándoles la oportunidad de formarse. Eso sucedió con los alumnos, con la escuela pública, pero también sucedió con la formación de los docentes. Muchos, no sé en qué numero, de los docentes que se formaron en ese tiempo hoy están en colegios secundarios y tienen choques con los alumnos. Hoy, los adolescentes, crecieron en democracia y reclaman libertad y participar. La formación de las dictaduras dejó un rastro que hace difícil ese proceso.

–¿Eso sería válido para los docentes y también para los padres de esos alumnos?

–El docente no está al margen de la sociedad, no es distinto. Tiene una formación, digamos técnica, para enseñar, pero la educación es un producto de la escuela, la familia, el pueblo. El docente puede tener más claras algunas cosas, pero no es un fenómeno aparte. De hecho estamos recuperando, y todavía falta, 30 años de fragmentación de la educación en todos sus niveles, desde los planes de estudio hasta las infraestructuras necesarias y los salarios de los trabajadores de la educación. Los planes de descentralización, más allá de cómo se los justificara, sirvieron para transferir el vaciamiento a las provincias, y hoy aún no se ha producido el cambio. De una provincia a otra hay diferencias en la aplicación de los planes de estudio, en las condiciones de trabajo, en lo que ganan los docentes. Se ha avanzado mucho, colaborando estrechamente todos los sectores de la comunidad educativa, especialmente los sindicatos, que desarrollando su trabajo específico y la formación docente. Descentralizar no debe ser que haya 24 sistemas educativos diferentes.

–Ese punto fue una deuda muy antigua. La posibilidad de que el docente tuviera un tiempo rentado para seguir avanzando en su formación.

–Eso era fundamental, que la formación, el adecuamiento a las nuevas realidades, entrara en el horario de trabajo. Para una ecuación de calidad es indispensable la formación continua. Para cambiar, por ejemplo, lo que nos dejó la formación en dictaduras. Lo cierto es que todo esto es parte de un panorama muy rico, que incluye a sectores de la población que estaban marginados. Por supuesto que no somos perfectos, pero si uno ve el desarrollo de, por ejemplo, las universidades en el Gran Buenos Aires, y la concurrencia de miles de alumnos, queda claro que era una necesidad que tiene una respuesta. Porque no sólo son los jóvenes los que pueden estudiar, también son los mayores, que no pudieron hacerlo antes porque la realidad económica se lo impidió y ahora vuelven a las aulas para terminar sus estudios secundarios.

–Tal vez, terminar el secundario no incida directamente en su vida laboral, pero es parte de una realización personal también necesaria.

–Es que lo han vivido como una deuda, y ahora pueden cerrar ese ciclo. Es interesante por varios lados, porque la exclusión del sistema educativo transfiere la culpa a la víctima, al excluido, que se siente responsable de no haber terminado sus estudios. Y, por otro lado, es también interesante el efecto en los docentes, que tienen en clase gente adulta, que razona como adulta y eso favorece el crecimiento del educador, porque aparece con claridad la relación entre comunidad y escuela. El aprendizaje nunca es individual, siempre es colectivo, compartido; y en esos cursos también aprenden los maestros.

–Más allá de lo estrictamente reivindicativo, en el campo docente conviven muchas líneas de pensamiento y alineamientos políticos. ¿Eso resiente o fortalece la mirada sobre la educación?

–Hay de todo, porque tiene que estar abierta la discusión y el cuestionamiento. No es buena la “obediencia debida” a las políticas de un gobierno, pero tampoco perder de vista que en muchos casos, en la mayor parte de Latinoamérica, los docentes apoyaron los golpes de Estado más reaccionarios. Es que, al fin, los militares y los docentes siempre han sido instrumentados para la preservación del sistema. De todas maneras, hay que bajar el nivel de agresividad. De la escuela hacia el alumno y del alumno hacia la escuela, porque estamos formando ciudadanos.

–Parece haber una degradación de las relaciones entre esos actores.

–Hay muchas cosas que rever. Aparecen profesores pederastas, alumnos que les pegan a sus docentes, padres que participan de agresiones… hay que bajar ese nivel de agresividad, entendiendo, en la secundaria, que el adolescente pasa por una crisis de crecimiento, y que hay que acompañarlo. Por supuesto que eso necesita del compromiso de los padres, de la familia, de su entorno inmediato; la escuela es una parte. Recién ahora, en la provincia de Buenos Aires, se autorizaron los centros de estudiantes, a los que se oponían algunos sectores. Los estudiantes tienen que tener participación, porque la educación que queremos la tenemos que construir entre todos.

–En rigor no han pasado muchos años desde que el neoliberalismo completó la destrucción de la escuela pública, y eso explicaría que el avance no sea parejo en todos los andariveles, pero tal vez puede señalar algún punto que le parezca importante.

–La educación bilingüe, en el habla local. Tenemos argentinos que no hablan, como lengua madre, el castellano, como los mapuches en el sur o los qom en el norte. Y, eso, durante mucho tiempo alimentó la idea de que no sabían expresarse, lo que justificaba su fracaso escolar. Ahora, lentamente, se está caminando en esa dirección, para que la educación sea recibida en la lengua madre, la lengua cotidiana de los chicos. No es fácil, porque aparte de los cambios estructurales, también tiene que cambiar el docente. Pero si la educación es un derecho, también es un derecho que la reciban en su lengua.

Fuente: Miradas al Sur

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