martes, 1 de noviembre de 2011

Cuando los jóvenes bailan al ritmo de su integración social


El coreógrafo Juan Onofri formó una compañía de danza con adolescentes de 16 años que se acercaron durante un año a su taller de entrenamiento físico para varones, ofrecido en el centro de rehabilitación Casa Joven La Salle de La Matanza.
 
Alejandro Seta (Para Tiempo Argentino)

Cuando los jóvenes siguen siendo el chivo expiatorio y hay sectores de la docencia, la política y la sociedad que aún creen que los peligrosos son los jóvenes, más aun si son pobres y morochos, también hay quienes van a buscarlos para darles la esperanza que no tenían. Para darles el cambio que necesitaban y producir, con ese dolor, una obra de arte como es Los Posibles, el excelente espectáculo que el Grupo Km 29 presentó en el Teatro Argentino de La Plata, dirigido por Juan Onofri, cuyos bailarines son chicos de 16 años pertenecientes al centro de día Casa Joven La Salle de González Catán.
Tiempo Argentino conversó con Onofri, Matías Sendón (iluminador y escenógrafo) y Sebastián Arpesolla (fotógrafo) sobre lo que originó este encuentro entre profesionales de la danza y chicos que nunca habían bailado, entre los jóvenes académicos de Buenos Aires y los de La Matanza, y la posibilidad de seguir enseñando a chicos con problemas sociales.

–En una charla anterior que tuvimos con el director de Casa Joven, que fue director de escuelas primarias, Gustavo Solar, dijo que a los chicos “les cambió el alma, tienen otra mirada, ahora hablan”. ¿Cómo se sienten al escuchar eso?
Juan Onofri: –Si tuviéramos la osadía de decir que nosotros lo hicimos, en todo caso podríamos decir que ese cambio es equivalente al que nos produjo a nosotros: nos cambió la vida. Si pudiéramos medir cuánto fue el cambio, tendríamos que decir que fue mayor el nuestro que el de ellos. Aunque esa frontera entre “ellos y nosotros” es cada vez más delgada. Sí, hay un cambio, que es la ampliación de la conciencia con la cual uno habitualmente se mueve. Cambio de conciencia con la posibilidad de extraer cosas que tenemos y traemos de adentro; esa información que ya tengo y de la que somos portadores. Cierta universalidad que nos hace descubrir la información de un maestro escondido, la data que tenemos todos. Y una de las mejores maneras de extraerlo es a través del cuerpo
–¿Por qué dicen que la frontera entre “ellos” y “nosotros” es cada vez más delgada?
Matías Sendón: –No sé cuán distintos somos. Pertenecemos a la misma sociedad, respondemos a la misma cultura. La música es la misma. Jonnhy cuenta en un reportaje que le hizo Télam, que le decía a Juan que dejara esa música, que pusiera cumbia. Entonces Juan fue bajando el ritmo de la cumbia y el percusionista logró un clima para bailar y crear en un espectro más amplio. Es una diferencia, en todo caso, más cognitiva que cultural.
JO: –Los chicos ahora hicieron un cambio de mirada; antes miraban videos de breackdance con unos alemanes que hacían movimientos que pocos mortales pueden hacer. Y se sentían frustrados. Entonces los fuimos bajando, mirando otra forma de bailar, más cerca de nosotros. El otro día estaban mirando a un grupo de cumbia, famoso ahora, y decían: “Mirá, no mueven la pelvis, todo de tronco.” Incorporaron una mirada y un vocabulario específico. Ahora hablamos de huesos, músculos. Pero lo más profundo es que accedieron a una memoria corporal que nos sorprende.
–¿Ustedes se propusieron ir al rescate de estos chicos?
JO: –¡No! Lo nuestro fue muy intuitivo. Queríamos salir de lo endogámico de la danza en Buenos Aires; los que hacemos danza contemporánea salimos de las mismas tres escuelas, nos presentamos en algunos teatros. Y terminamos pareciéndonos. En Buenos Aires salís de, no digo la General Paz, sino de la Chacarita, y ya estás en la Luna. Pudimos trabajar con otros cuerpos, extraer esa información cinética, del movimiento y coreográfica, de los adolescentes no urbanizados. Entonces un día, a través de un amigo, me conecté con la Casa Joven de Catán y me ofrecí como voluntario. Y así conocí a los chicos con los que presentamos el espectáculo Los Posibles. Ellos no son chicos como los porteños: corren, están en el campo, juegan al fútbol, al rugby y viven en un mundo más despierto que el chico que va al Normal Nª 7 de la calle Riobamba. Y estas condiciones permiten un inmenso vuelo, muy amplio, al improvisar.
–¿Es un descubrimiento?
MS: –Todo el tiempo. Existen infinitos hallazgos. Y así como descubrimos, nos sentimos muy vulnerables: es difícil ponerle nombre a eso. Puedo decir que nos desestabilizó la forma de producir arte, nos desestructuró, empezó a aparecer otra calidad de movimientos. Juan constantemente me induce a apreciar otra cosa en esos cuerpos. No le puedo poner un nombre a lo que nos producía ver a los pibes interpretar en el escenario, y lo que nos vincula a ello. Pero tal vez, el nombre más exacto sería “desestructurar”.
JO: –Yo le pondría “lo inacabado, lo que está en potencia”.
Sebastián Arpesolla: –Es la posibilidad que tenemos todos, a los 16 años o a los 85. Pero la adolescencia es un momento en que el cuerpo está estallando, al margen del contexto socio-cultural. Entonces, al crear, resulta un proceso que está acomodándose constantemente. Por ejemplo, creo que los retratos que saqué no son míos, son de ellos, son un regalo que ellos me hicieron, por su frescura, su entrega, su sinceridad.
JO: –De allí el nombre de Los posibles, no sólo en el sentido optimista, sino en un montón de sentidos. Trabajar con ellos es muy angustiante, bastante caótico para mí, que soy bastante obsesivo. Es como si ellos te dijeran: “¿Ah, sí? Bueno, ¡no!” Ellos pueden dejarte plantado, o llegar a mitad de un ensayo, y no porque quieran hacerlo, sino porque así son sus vidas. El día que nos presentamos en Tecnópolis, por eso, para evitar sorpresas, armamos un dúo y ese día ¡faltó uno!, porque estaba enfermo, y fue la primera vez que existió un ausente justificado con certificado. Entonces el que quedó ¡ahí sí tuvo que remarla! Porque hizo un solo. Otra historia es que el día anterior a presentarnos en La Plata, Kun, que es doble de riesgo, que salta de un helicóptero, se resbaló en el escenario y se quebró un codo. Entonces tuve que actuar yo, y creí que no iba a poder hacer lo que venía haciendo Kun. Pero salió.
–Desde la educación formal, el tema de la inclusión social, de “todos los chicos adentro de la escuela”, es muy resistido por una parte de la docencia argentina. Y ustedes, casi sin proponérselo, lo lograron, ¿qué experiencias viven a partir de este encuentro con los chicos que fueron perseguidos?
JO: –¡Son perseguidos! Cuando presentamos el espectáculo en La Plata, vivimos allí cinco días, y la policía nos paraba en la calle cada dos por tres. En una ocasión nos palparon de armas, nos hicieron parar para averiguación de antecedentes. Yo les decía: “¡Pero estamos trabajando!” Y cuando los chicos empezaron a mostrar los documentos, eran… papelitos deshechos. Ahora tienen DNI nuevos, y hoy mismo, en estación Dorrego, un policía se nos empezó a acercar, y rápidamente yo grité: “¡A ver, los DNI!”, y como soy un poco más blanquito, no pasó nada.
NS: –Desde muchos lugares, funcionarios del Estado impiden que los chicos crezcan. Cuando Camilo Blajaquis (el pseudónimo de César González) le dijo a la terapeuta de la cárcel, que al escribir se había sentido por primera vez una persona, ella le contestó: “Sí, pero vos estás acá para pagar un delito. No te olvidés ¿eh? Tenés que trabajar. No fantaseemos.”
–¿Qué harían ustedes, si estuviera en sus manos, para producir ese “cambio de conciencia” del que hablan?
JO: –La danza debería estar en la escuela secundaria, para mirar el movimiento como algo más lúdico. En Brasil, la danza es la sustancia de la integración por excelencia. ¡Pero no ballet! Hay muchas otras formas de llegar al cuerpo para ser el hombre que involucre al que está al lado. En la adolescencia, que es la edad en que muchos son medio nazis, con eso de “negro”, “gorda”, “feo”, la danza podría desandar mucho camino.
–Por último ¿qué significado tiene el nombre del grupo, Km 29?
JO: –Es el nombre de un no-lugar. Un cruce de rutas, donde nadie quiere estar. Sin embargo, es un lugar de encuentro, pero para ir a otro sitio. Donde nos encontrábamos para llegar al km 32, donde está la Casa Joven. Es un lugar símbolo de lo que queremos hacer, que es estar en proceso.

Tras la charla miramos un video “familiar” del grupo, donde los chicos van cantando y bailando por una calle de La Plata el tema “Chica plástica” de Rubén Blades, haciendo beat box y zapateos. Fue muy divertido verlos disfrutar tanto de estar juntos. Entonces el video termina en un momento en que uno de ellos, como en un encuentro con aquellos que estaban empezando a ser, mira a la cámara y grita: “¡Somos nosotros!” 

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